Cuentan que una vez, hace muchos, muchos años, existió una hermosa laguna
a los pies de una montaña.
Le llamaban La Laguna Verde porque había muchísima vegetación a su alrededor que le daba ese color al reflejarse en sus aguas.
Era paso obligado de muchas aves migratorias y en las estaciones cálidas era todo un espectáculo observar como patos, flamencos, garzas y otras especies habitaban sus aguas.
Pero parece ser que hubo un otoño prematuro en el que las aves ya estaban pensando volar a algún lugar más templado, cuando de repente llegó un invierno atroz, sin previo aviso y en unas horas las temperaturas bajaron tanto que la laguna se convirtió en un gran bloque de hielo.
Cualquiera pensaría que las aves murieron congeladas pero no fue así, sus patas estaban enganchadas en el hielo pero sus cuerpos todavía tenían vida y podían mover sus alas aunque estaban atrapadas.
No sé sabe por qué, quizás porque a la naturaleza a veces le encanta sorprendernos, pero todas las aves al mismo tiempo empezaron a mover sus alas para intentar soltarse, de tal manera que lo que pasó fue que se elevaron llevándose consigo el gran bloque de hielo en el que se había convertido la Laguna Verde.
En el lugar de la laguna quedó un hueco, una herida abierta en la tierra, seca y sin atisbo de vida.
Las gentes del lugar no se explicaban a donde había ido el agua porque nadie había visto como las aves se llevaban la laguna prendida en sus patas, pero un niño de un pueblo cercano lo vió desde la ventana de su cuarto al atardecer. Lo contó. Por supuesto nadie le creyó y con el tiempo se olvidaron del tema.
Pero mientras las aves volaron y volaron. Parecían estar todas de acuerdo hacia adonde y su instinto de supervivencia las mantenía fuertes y unidas como un solo ser.
Así cubrieron grandes distancias hasta que llegó un momento que al atravesar una zona de
aire más cálido, el hielo comenzó a disolverse.
Y claro, sucedió algo que para algunos que lo vivieron era inexplicable. Como un milagro.
Ese hielo descongelado llevaba peces atrapados, ranas y plantas, que comenzaron a caer sobre la tierra entre gotas de agua. Una lluvia mágica e inexplicable. Y lo más curioso es que muchos de esos animales todavía estaban vivos. Ranas que saltaban en las aceras y peces de escamas plateadas que boqueaban en los charcos. No podían creérselo y como ésto sucedió a muchos kilómetros de donde había estado la laguna ni conocían de su existencia pues lo achacaron a un extraño fenómeno atmosférico.
Aquellas valientes aves, por fin libres aunque agotadas, volaron a un destino más cálido sin saber siquiera lo que habían conseguido.
Y éste es un pequeño cuento de otoño para personas que todavía creen en que lo imposible puede ser posible y que hasta una inocente banda de pájaros podría alterar una pequeña porción de nuestro mundo si se lo proponen.